miércoles, 1 de diciembre de 2010

Juegos Mortales

Ella llevaba meses en el hospital, al borde del coma pero sin llegar a estarlo. Los médicos decían que aún era capaz de escuchar. Nunca respondería, al menos hasta que no mejorase, pero si que se enteraba de lo que le decíamos.
Yo no me lo creía.
Necesitaba aclarar con ella algunas cosas. Estábamos en plena discusión cuándo ella cayó de golpe y dejó todo a medias. Aún no sé si somos pareja o no. Tampoco sé lo que vamos a hacer con el niño. Alejandro tiene toda una vida por delante en la que le va a hacer falta una madre. Yo me conformo con los fines de semana, el resto de tiempo me molestará. Así seré el bueno de la película, el que le lleva dónde quiere y el que le regala los caprichos.
Pero antes de eso necesito saber que ella ya no tiene nada que ver conmigo.
Vive entubada por todas partes, con muchos cables entrando y saliendo de sus brazos. Parece un móvil cargando las baterías.
De nuestra discusión ya hace demasiados meses, casi ni recuerdo cuál fue el motivo que la desencadenó. Sé que llevábamos tiempo mal. Las cosas ya no eran tan bonitas como al principio, yo cada vez estaba menos en casa y más por ahí. Ella se molestaba aunque mostraba ganas de acompañarme en mis salidas nocturnas o mis cada vez más frecuentes visitas al cine, dónde me atrapaba la chica que vendía las palomitas.
Ella me esperaba para llegar a casa y contarme lo malo que soy, lo poco que la quiero y lo mal que la trato. Sabe de sobra que la podría tratar peor. A Alejandro le trato bien, todo lo bien que sé. Claro, él lo merece. Es un niño inocente que se engancha a las consolas porque tiene miedo a la calle, aún es joven y frágil para salir a la calle. Pero se pasa el día fuera de casa, ya sé que parece contradictorio.
La imaginación le desborda. Juega con cualquier cosa. Y siempre se está inventando historias de espadachines y de piratas que roban a los ricos. Es inocente. La inocencia se le pasará a base de los golpes de la vida pero de momento él no los recibirá.
Siempre que vamos a ver a su madre la mira desde lejos, con los ojos vidriosos a punto de llorar. Después se acerca, la coge de la mano y se la estrecha fuerte, esperando que ella haga lo mismo.
Pero nunca lo hace.
Le besa en las mejillas como cuándo la despertaba los domingos por la mañana y yo me enfadaba porque solo llevaba unas horas en casa después de otra noche tranquila que acabó más tarde de lo previsto.
Por cosas como esa ella me llama canalla y mal padre.
Yo la podría llamar muchas cosas, pero esperaré a que se ponga bien para decirle que es una mujer vieja con menos de treinta años. Que me trata como a su esposo sin que estemos casados. Que se cree muy sabia cuándo aún le falta mucho por aprender. Que un día está a favor del blanco y otro a favor del negro. A veces me parece que ni ella misma se conoce realmente.
Es medianoche y yo estoy viendo películas en el salón mientras Alejandro duerme. Es tarde pero no tengo sueño. Mañana trabajaré como pueda, no es la primera vez que lo hago. Muchas veces la noche me atrae tanto que soy incapaz de dejarla sola. Cuando es de noche me siento como en casa. Odio los días. Para mí son como la publicidad, que dura demasiado hasta que llega lo bueno. Por eso las películas las veo en DVD, así no hay publicidad que me joda mi placer.
De repente, a unas horas indecentes para los humanos normales, el teléfono suena.
Si, ¿quién es? Le llamo del hospital, debería venir. ¿Ha ocurrido algo? No, pero puede que no tarde mucho en ocurrir. ¿Para bien o para mal? Para bien, para bien parece que su mujer va a salir del letargo. Voy para allá.
Entonces no sé si es para bien o para mal. Creo que ella ya no me quiere y yo me he hecho a la idea de que no la quiero, puede que sea mentira pero lo llevo meses creyendo.
Despierto a Alejandro, que me pregunta si nos escapamos de los malos que no están persiguiendo. Estoy convencido de que he llegado justo a tiempo de salvarle en sus sueños. Nos metemos al metro y llegamos al hospital. Subimos directos a la habitación y allí no hay nadie. Dejo a Alejandro sentado en el sillón y voy en busca de alguna enfermera o algún médico que me ayude. El hospital parece vacío por las noches.
Alejandro, que sigue metido en su sueño, se levanta del sillón y se acerca a su madre. La coge de la mano y le da un beso en la mejilla.
Ella no responde y Alejandro se pone a jugar con los controles médicos, que parecen los mandos de un avión, para escapar de los malos que le persiguen. Toca los botones que no debe y saltan las alarmas. Todo se llena de médicos y enfermeras que la pinchan en el poco sitio que queda libre para intentar salvarla. Es tarde, ella ya ha muerto.

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